La localidad argentina de 1.500 habitantes que estuvo desaparecida por 20 años

Cada cierto tiempo la naturaleza le recuerda a los seres humanos todo el poder que posee. A veces, puede ser con una poderosa lluvia; en otras, con fuerte terremotos, volcanes e inundaciones.

Lamentablemente, Villa Epecuén, localidad argentina cercana a Buenos Aires, fue uno de los asentamientos que sufrió la ira de la naturaleza y con toda su fuerza.

Recostada al lado de un lago salado, el poblado logró tener cerca de 1.500 habitantes, quienes vivían de la fabricación de medicamentos y del turismo. De hecho, se cree que entre 1950 y 1970 se recibieron más de 25 mil turistas que llegaron en búsqueda de descanso y sanación en sus aguas saladas.

Pero ese auge duraría poco y “desaparecería” por más de 20 años, sin dejar rastros.

La catástrofe de Villa Epecuén

En 1975 se construyó un canal para unir y regular el caudad de las lagunas de la zona. Esto permitió prosperidad y que ningún afluente se secara. Pero la obra rápidamente pasó al olvido y la naturaleza le pagó a Epecuén, con la misma moneda, la más dolorosa, quizás, la de no ser recordada.

Desde 1976 el canal se dejó de cuidar, no se controló el desempeño de la obra de ingeniería y desde ese descuido, la laguna creció entre 50 y 60 centímetros anuales.

El terraplén al costado del pueblo soportó el aumento en la presión hasta la noche del 10 de diciembre de 1985. La estructura cedió por completo, inundando en su totalidad a la Villa.

Fueron cuatro metros bajo el agua, que con el paso de los años, en 1993, se convirtieron en 10 metros. La ciudad fue olvidada y sus habitantes se trasladaron a pueblos cercanos.

Así fue como pasaron cerca de 20 años hasta que la naturaleza decidió devolver a Epecuén a la civilización. Fue en los 2000, cuando una gran sequía afectó la zona y los restos de la ciudad emergieron. Hoy sus ruinas descansan tranquilas junto a la laguna salada.

El último habitante de Villa Epecuén

En 2022, Infobae se logró contactar con quien -hasta ese entonces- era el único habitante del poblado olvidado. “Nací acá el 25 de enero de 1930 y con mis 12 hermanos hicimos toda nuestra juventud en este pueblo, y también el colegio”, afirmó Pablo Novak de 92 años.

“Duermo muy bien todas las noches, sin ninguna medicamento. Hay un silencio que nunca pude igualar el tiempo que viví en el geriátrico en Carhué. Sólo se escuchan algunos pájaros al amanecer que es cuando me levanto”, cerró.